Mientras comenzaba mi viaje hacia la vida adulta, creo que subconscientemente esperaba convertirme algún día en un experto en evitar el dolor, para manejar hábilmente las circunstancias de la vida sin daños, sin ser afectado, sin ser herido. Tenía muy arraigado en mí la idea de que al tener mi esperanza puesta en el reino de Dios y la vida venidera, ser herido, sacudido o dañado por las cosas de esta vida parecía demasiado humano. Viví mi vida como si la verdadera madurez espiritual se encontraba en un completo desapego de esta vida y sus luchas. 

Pero después de unos cuantos miles de decepciones y un par de golpes y caídas personales, me di cuenta de que no había mejorado en la forma de prevenir el dolor. Así que en vez de eso, comencé a adormecerlo, esconderlo, o incluso negar que estaba ahí. El dolor en sí mismo parecía una especie de fracaso o debilidad, algún paso en falso que debí haber dado en el camino, o el resultado de algo a lo que me había aferrado demasiado. Creía que un verdadero soldado del ejército de Dios debía vivir tan profundamente “la misión” que las heridas y dolores personales debían ser ignorados u olvidados por una causa mayor.

Y para ser completamente honesto, incluso ahora, esta forma de pensar coexiste en mi mente con una gran tensión. Hay una guerra interna en mi en cuanto a si debo extender  gracia a  mi humanidad ya la vez, siento la necesidad de ser algo más, de ser más fuerte.

Hay una presión para estar alegre incluso cuando estoy triste.

Hay una presión para ser fuerte incluso cuando estoy herido.

Hay una presión para parecer confiado incluso cuando no estoy seguro.

Hay una presión de ser valiente  cuando estoy realmente asustado.

Hay una presión de ser alguien distinto de lo que realmente soy.

Pero cuando me detengo un momento, recuerdo que esta presión no es un verdadero reflejo del corazón de Dios. Cuando pienso en la gente rota y herida a través de las Escrituras, no encuentro un Dios que le diga a la gente que aprenda a ser más fuerte. En cambio, veo un Dios que invita a la gente a acercarse tal como son. 

El Señor oye a los suyos cuando claman a él por ayuda;

    los rescata de todas sus dificultades.

 El Señor está cerca de los que tienen quebrantado el corazón;

    él rescata a los de espíritu destrozado.

Salmo 34:17-18 NVT

Estamos a sólo unos días del 2021, y ya ha traído momentos de decepción, confusión, ansiedad y dolor. Y aunque este año se transforme de alguna manera en un año increíble, no estará exento de dolor. Por eso, en lugar de aprender a evitar el dolor, es mejor aprender a procesar nuestro dolor de forma saludable. Más importante que aprender a protegernos a nosotros mismos, es crecer en nuestra voluntad de acercarnos a la protección y el confort de nuestro Dios amoroso. Así es como se ve realmente la fuerza espiritual.

Así que si estás sufriendo hoy, está bien. 

Yo también lo estoy.

Podemos sentir dolor.

Podemos sufrir.

Podemos  estar tristes y decepcionados.

Somos humanos.

Pero detengámonos sólo por un momento.

Respiremos profundamente.

Y reconozcamos que Dios está aquí con nosotros.

No está estresado, ni asustado, ni abrumado.

No te ha olvidado. No se ha dado por vencido contigo.

Y sin importar lo que traiga el 2021,

No estaremos solos.