En mi ciudad existe un boulevard muy concurrido que se destaca por un par de detalles. En primer lugar, esta calle ancha no tiene semáforos, así que los vehículos tienen a desplazarse a una velocidad más alta de lo normal. En cierto punto existe un ligero montículo que provoca una sensación de montaña rusa a los pasajeros. Por supuesto, para los conductores ese es el mejor lugar del boulevard.
En segunda instancia, en ese mismo punto se encuentra una escuela para maestras de niños. Es una escuela especializada en párvulos, muy prestigiosa, solicitada por muchas señoritas que poseen la vocación docente. Lo interesante es que la escuela está ubicada del otro lado de aquel boulevard, del lado opuesto a donde todos los buses dejan a las estudiantes.
Cuando vas manejando por ese sector, en ciertos horarios, notaras como repentinamente una nube de personas cobra coraje y se lanza en una carrera desenfrenada por salvar su vida y llegar del otro lado de la calle. Lo simpático es todas estas señoritas corren juntas, tomadas de la mano. Van con todo, decididas, imparables.
Como conductor, tienes que tomar una decisión: sacrificas tu alegría de la montañita rusa, o sacrificas unas vidas en el asfalto. Por supuesto, como no me ha tocado a mí poner mi vida en riesgo, me parece muy gracioso.
Así que por curiosidad le pregunté a una amiga que estudió allí por qué hacían eso de correr como locas agarradas de la mano (y por supuesto, le dije que se ven muy chistosas). Su respuesta fue muy clara. Me explicó que cada año, al inicio del ciclo escolar, las señoritas nuevas, carentes de experiencia en las técnicas de supervivencia, se echaban a correr solas para atravesar la calle. Pero luego de unos pasos, sentían miedo, y volvían atrás. La indecisión les ponía en mayor peligro. Por lo tanto, para evitar eso, decidieron que correrían todas juntas, al estilo mosquetero, “Todos para uno, uno para todos”. Fuertes y valientes, se lanzaban sin volver atrás. Al verlas a todas juntas, los vehículos bajaban considerablemente la velocidad, y ellas llegaban a salvo a su destino, ese día.
Aunque todavía me da risa el fenómeno (y me preocupa que no exista una solución segura en ese lugar para las pobres estudiantes), una cosa entendí de esa conversación: hay momentos en la vida en los que vas con todo o vas con todo. No puedes ir a medias. No puedes comprometerte a medias. Es todo o todo.
¿Acostumbras a vivir así? Es decir, cuando te comprometes a algo, ¿vas con todo?
Al leer un poco los Evangelios notamos a Jesús exigiendo un compromiso así de cualquiera que quisiera seguirlo. Explicó que era mejor calcular el costo para no empezar y luego dejar a medias el discipulado. Era necesario seguirlo con todo, o bien estar dispuestos a renunciar a todo para seguirlo solo a Él. Una entrega total, con todo el corazón, con toda la mente, todas las fuerzas. Una decisión radical, sin opción a volver atrás. Era ir tras él hasta la muerte.
¿Vives así para Jesús?
Toma un momento para orar y pídele a Dios que por medio de su Espíritu te ayude a evaluar tu compromiso con Él. Ora para que cada uno de tus pensamientos, cada una de tus palabras, cada una de tus acciones refleje que en realidad aquí estás, listo, con todo, para Jesús.