En mi opinión, todos nosotros vivimos, en mayor o menor medida, conscientes de nuestras debilidades y errores, y si somos sinceros, a menudo creemos que esas cosas nos hacen no ser dignos de ser amados. No sé ustedes, pero yo llevo mucho tiempo creyendo en esta mentira, y convenciéndome de que mi humanidad me hace de alguna manera indigna del amor mis padres, mi marido, mis hijos, mis amigos… incluso para Dios. Al igual que Adán y Eva, sigo sintiendo el instinto de huir, de alejarme, cuando inevitablemente no soy perfecta.
¿Te sientes identificado con esto?
A menudo pienso en la mujer del pozo de Juan 4. Me identifico profundamente con su historia. Esta mujer samaritana queda desconcertada cuando Jesús se acerca a pedirle agua y entabla conversación con ella. Es como si llevara a cuestas la profunda creencia de que no era digna. Probablemente se lo dijeron muchas, muchas veces en su vida. Esta indignidad comenzó a moldear su identidad. Su pecado y sus fracasos se convirtieron en sus cualidades definitorias.
Todos estamos desesperados por recibir amor. Un amor incondicional. Todos estamos hechos para experimentar y disfrutar profundamente de este tipo de amor. Todos los fracasos de nuestro corazón nos llevan a este anhelo de amor divino. Simplemente intentamos saciarlo de formas equivocadas. “Buscando el amor en todos los lugares equivocados”, por así decirlo.
Cuando examinamos el encuentro sagrado entre Jesús y la mujer del pozo, vemos una invitación que se extiende a cualquiera de nosotros que reconozca y sienta esta sed de vida verdadera. Jesús le dice: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un manantial de agua que brota para la vida eterna” (Juan 4,13-14).
En Jesús encontramos esta promesa de satisfacción, esta promesa de amor que traspasa fronteras y límites, este amor que no pone condiciones. Jesús la extendió entonces a una mujer completamente indigna en los estándares de aquellos días. Hoy nos hace esta misma poderosa invitación: ven tal como estas. Bebe profundamente. Quédate realmente satisfecha. No vuelvas a tener sed.
Como dijo el asombroso Brennan Manning: “Al amarme, me hiciste digno de ser amado”. Cualquiera que sea la etiqueta que te hayan puesto en el pasado -roto, indigno, no digno de ser amado, demasiado ido-, Dios la cambia. El que define verdaderamente el valor te otorga el valor más alto. Dejó a los noventa y nueve para perseguir al uno. Y eso es lo único que importa hoy. Independientemente de lo rota, caída y estéril que pueda sentirse hoy tu alma, Dios está dispuesto a derramar hoy sobre ti el pozo de su amor infinito que nunca se seca.
Permítele que te llene, y que satisfaga los anhelos más profundos de tu corazón ahora mismo, mientras haces un espacio para encontrarte con él.