¿Te has preguntado alguna vez por qué hay un fuerte estigma respecto a la salud mental? ¿Y por qué incluso en una comunidad cristiana, parece que la gente esconde sus problemas de salud mental y no hay una conversación abierta sobre ello? Siempre me he lo  preguntado.

Cuando me diagnosticaron depresión en 1996, nunca hablé de ello. De hecho, lo oculté. Al principio no estaba planeado. Fue simplemente porque no pensaba mucho en eso. No tenía suficiente información sobre el tema, así que mi falta de conocimiento e ignorancia prevalecieron.

Un par de años más tarde, mi condición se volvió tan severa, que alteró mi vida. Me di cuenta entonces de que era algo serio. Sin embargo, elegí no ser abierta al respecto por vergüenza y por miedo a ser atacada. Durante años, estigmaticé mi propia condición. Porque la sociedad también ha sostenido,  a lo largo de generaciones, la posición extrema de que tener una enfermedad mental significa que estás o loco o cuerdo, y no hay nada intermedio. Por miedo a ser catalogado como demente, fingí que todo estaba bien.

Hoy en día, en nuestra cultura actual, muchas cosas han cambiado. Afortunadamente, se están sosteniendo conversaciones más abiertas, aunque todavía queda mucho trabajo por hacer. Pero, ¿qué pasa con la comunidad cristiana?

Me gustaría compartir una teoría basada en mi propia experiencia, que me ha enseñado mucho y me ha abierto los ojos a una perspectiva diferente. 

En pocas palabras, ser cristiano significa seguir a Jesucristo, tener una relación con él y experimentar su amor. Hay un estigma en torno a que si alguien está pasando por una lucha, teniendo dudas, o experimentando una inmensa pena, puede no ser un verdadero creyente. ¿Por qué otra razón podría esa persona estar luchando? La Biblia dice: “Echa toda tu ansiedad sobre él, porque él se preocupa por ti” (1 Pedro 5:7). Si eso fuera cierto, ¿no deberías dejar de sentir ansiedad?

La triste realidad es que esto sucede en algunas comunidades cristianas. Esta perspectiva y ambiente puede fácilmente impedir que alguien comparta sus problemas. Sé que esto impidió compartir mis propias luchas porque tenía miedo de ser juzgada y criticada.

Sin embargo, somos humanos, y Dios nos creó con pensamientos y emociones. Nuestras emociones fueron creadas para que podamos ser capaces de sentir por nosotros mismos y por los demás, para que podamos unirnos especialmente en los momentos difíciles. Dios nos dio la habilidad de balancear el manejo de nuestras emociones y el fortalecimiento de nuestra fe. Y vivir una vida cristiana no se trata sólo de regocijarse en todos los momentos felices, sino también de experimentar y crecer durante las dificultades de nuestra vida cotidiana.

Hace unos días, leí un devocional del libro de Christine Caine, Living Life Undaunted (Vivir la vida sin miedo) sobre “playing the part” (interpretar el rol). Ella dijo: “Ciertamente podemos ser percibidos como cristianos exitosos si miramos de la manera correcta, tenemos los ‘accesorios’ adecuados y actuamos de la manera correcta. – y nosotros como cristianos tendemos que interpretar ese rol”.

Esto resonó profundamente en mí. Y no me refiero sólo a nuestra fe, sino a nuestra tendencia interpretar este papel y tratar siempre de estar bien. Tuvo sentido para mí porque yo era culpable de esto. 

A través de todas mis luchas, jugué el papel de estar bien. Durante mucho tiempo, fingí que todo estaba bien por miedo al juicio. Retraté el papel de orar a diario e ir a la iglesia regularmente, pero era una hipócrita porque no era honesta conmigo misma. No me amaba  como amaba a los demás. Me criticaba  antes de que los demás pudieran hacerlo. Escondí mi verdadero yo y fingí que la vida era buena en medio de todas mis batallas internas.

Queridos amigos, Jesús fue tan claro al enseñarnos  que todo comienza dentro de nosotros. ” ¡Fariseo ciego! Limpia primero por dentro el vaso y el plato, y así quedará limpio también por fuera.” (Mateo 23:26)

Parece mucho más fácil en nuestras comunidades alegrarnos juntos, pero derramar lágrimas y sentir abiertamente  angustia con los demás es otra historia. La vulnerabilidad no es fácil. Ya que el hecho de llorar frente a los demás a menudo resulta incómodo, puede impedirnos compartir y evitar que recibamos el consuelo que realmente necesitamos. Abrir nuestros corazones da miedo. Sin embargo, sólo se necesita un alma valiente para mostrar honestidad y vulnerabilidad, un alma valiente para mostrar empatía y compasión… y de alguna manera, como pueblo de Dios, podemos empezar a sentir – a simpatizar – a empatizar – y a llorar con los demás.

Dios nos está invitando a un espacio de vulnerabilidad y apertura sobre nuestras luchas relativas a la salud mental. Nos está invitando a crear una atmósfera segura para la vulnerabilidad no sólo para nosotros mismos, sino para que los demás se sientan cómodos de venir y abrir sus corazones. 

Comparto mi historia porque, durante más de una década, me puse una máscara. Me engañé a mí misma y a los demás. Pero estoy aprendiendo. Ahora lo sé mejor, y les animo a abrir sus corazones. Nos necesitamos mutuamente, y como comunidad de creyentes en Jesucristo, podemos unirnos. Podemos compartir nuestras historias y nuestras luchas en materia de salud mental sin vergüenza ni juicio. Podemos regocijarnos con los que se regocijan, llorar con los que lloran (Romanos 12:15).

Con todo lo dicho, se necesita consciencia y trabajo para alcanzar la verdad y la vulnerabilidad. Si te sientes llamado a abrir más tu corazón, aquí hay algunos pasos prácticos que yo hago y que pueden ayudarte. 

  1. Escribe tus oraciones. Solía tener una cesta de oraciones. Escribí mis oraciones en trozos de papel y las doblé y las puse en una cesta. Ahora, escribo mis oraciones en mi diario. Dios quiere que seamos completamente honestos con él, mostrando nuestros verdaderos sentimientos y no lo que pensamos que debemos sentir, escribir o decir. Como Rick Warren señaló en su libro, The Purpose Driven Life, “Dios no espera que seas perfecto, pero insiste en la completa honestidad… Lo que puede parecer un atrevimiento Dios lo ve como autenticidad.”
  2. Crea un santuario en tu espacio y practica la quietud. “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10 NVI). Ya sea una habitación o un rincón de tu casa, destina un espacio seguro donde puedas darte el permiso de ser tú mismo, y hacer las cosas que te hacen sentir completo.
  3. Practica tomar de conciencia de ti mismo. Sé amable contigo mismo y mira dentro de ti. Sé consciente de tus pensamientos, sentimientos y acciones. Hazte estas preguntas… ¿De qué tienes miedo? ¿Qué  impide abrir tu corazón? ¿Qué te preocupa? ¿Qué pasa en tu mente? Estas preguntas te ayudarán a conocerte a ti mismo y a ser más consciente de tus propias limitaciones.
  4. Pida ayuda. Cuando empieces a mirar en tu interior, sabrás cuándo necesitas pedir ayuda, y eso requiere humildad y coraje. Sin embargo, sabemos que “la verdadera humildad y el temor al Señor, conducen a la riqueza, el honor y la larga vida” (Proverbios 22:4).
  5. Rodéate de personas que te levanten y animen. Gente que sea lo suficientemente fuerte para expresar lo que realmente siente. Gente que crea en su verdadero ser, sin juzgarlo. Y gente que te anime a usar tu voz para hablar desde tu corazón.