Empezó lentamente, o al menos eso creía.

Tantas cosas maravillosas llenaron mi vida: tres hermosos niños, un trabajo que amo, una linda casa en un gran vecindario, una maravillosa iglesia, un grupo de hermanas/amigos de Steel Magnolia… tantas cosas buenas.

Pero también hubo cosas difíciles.

No importa si era mi talla de pantalón o nuestra cuenta bancaria, la vida se complicó. Cada mañana despertaba con una sensación de ansiedad e inseguridad. Estaba al borde de las lágrimas sin razón alguna. Estaba irritable y enojada. No era feliz, pero tampoco estaba triste.

Me sentía como si estuviera viviendo la vida como un robot. Quería estar tranquila y quería estar sola. Cuando me relacionaba con mis hijos o mi marido o cualquier otra cosa, sentía que me estaba desmoronando. ¡Era agotador!

Lo mantuve en secreto y lo atribuí a una increíblemente estresante temporada que estaba viviendo.

Sin esperanza

Una mañana, hice una cita con mi médico y le expliqué lo que estaba pasando. Una de mis teorías era que estaba teniendo algunos problemas hormonales. Ella estuvo de acuerdo y me recetó un antidepresivo.

No sirvió de nada. De hecho, lo empeoró exponencialmente.

¿Recuerdas a esas personas que dicen todas las palabras súper rápidas al final de un comercial como, “Si notas que tu depresión empeora o tienes mayores pensamientos de suicidio…”? Ese era yo.

Pasé de estar al borde de las lágrimas sin motivo alguno a sentir temblores y tener sollozos incontrolables. No podía hacer nada para evitarlo y no entendía por qué. Incluso le pregunté a mi madre qué hace alguien cuando está “sin esperanza”.

No dejaba de llorar. No podía dormir… nunca. Empecé a orar para que el Señor me dejara morir porque despertar en el cielo tenía que ser mejor que la vida que estaba viviendo en la tierra. Esto duró más de cinco meses.

Sabía que Eclesiastés 3:11 dice que “Dios hace todas las cosas bellas en su tiempo”. Me preguntaba cuán feas se pondrían las cosas antes de que eso sucediera. También me preguntaba si estaría  viva para verlo.

Rindiéndome

Lo curioso de la depresión es todo lo que la gente dice tratando de “hacerte sentir mejor”:

  • ¿Has orado por ello? (¡Por supuesto!)
  • ¿Qué puedo hacer? (Honestamente, vete. Las preguntas abiertas son demasiado difíciles.)
  • Nada puede ser tan malo. (Bueno, ni siquiera sé qué es lo que está mal, así que…)
  • Sólo tienes que pensar en las cosas buenas. (Sí, está bien.)
  • ¿Hay algún pecado no confesado en tu vida? (¿Hay un pecado no confesado en la tuya?)
  • Sólo necesitas tomarte un descanso y recuperarte. (¿Estás bromeando?)
  • Sabes que Dios no te dará más de lo que puedas manejar. (¡No es lo que que la biblia quiere decir!)

Honestamente, mucho de lo que dicen los creyentes bien intencionados en realidad empeora las cosas.

Pero gracias a Dios por las personas que ha puesto en mi vida que han mejorado las cosas.

Una mañana particularmente oscura, conté las píldoras de Vicodin “sobrantes” de diferentes cirugías y procedimientos. Al final del día, mi marido había limpiado completamente nuestro botiquín.

Mi marido se convirtió en todo lo que necesitaba y no me dejó sola. Fue mi salvavidas, mi cable a tierra y me guió a través de esta temporada.

Un día en particular, mientras estábamos atorados en el tráfico, y le pregunté si se arrepentía de haberse casado conmigo. Me dijo: “En las buenas y en las malas, en la enfermedad y en la salud, Lisa. Ahora mismo es ” En las malas”, pero mejorará”.

Dejé de hablar con casi todo el mundo, excepto con la gente que no me permitía dejarlos fuera. Mi familia y mi pequeño círculo de amigos (mis Magnolias) no me dejaron sola. De alguna manera había soltado la esperanza que debía ser el ancla de mi alma. Estas preciosas personas se aferraron a mí y a las cuerdas que aún estaban atadas al ancla. No  permitieron que me aislara en la desesperación. Me amaron cuando no era muy fácil de ser amada.

No se dieron por vencidos, ni siquiera cuando yo me había dado por vencida.

Mi salvavidas y cable a tierra 

Lo que ya estaba sucediendo en mi vida no encajaba con mi “imagen” de Dios. Empecé a preguntarme si era real. Sabía en el fondo de mi corazón que Él estaba conmigo porque seguía hablándole a mi alma.

Era una voz suave y tierna que decía: “Hija, no puedes verme. No puedes sentirme. No me escuchas. No me entiendes. Pero estoy aquí. Estoy luchando por ti. Estoy unido a ti y te cubro por completo (Salmo 139). Lo que yo hago no se rompe”.

Apenas podía oírlo, pero he amado al Señor durante demasiados años como para no reconocer su presencia en mi vida, incluso cuando esa presencia parecía tan increíblemente lejana.

Leer mi Biblia parecía muy agotador, así que empecé a escribir las Escrituras en tarjetas que guardaba en mi bolso. Leí y releí estas tarjetas.

Escribir los versículos en las tarjetas fue útil por dos razones. Primero, era una tarea que ocupaba mi mente. Me sentía mejor cuando tenía algo que hacer. Segundo, permitía que las Escrituras estuvieran conmigo todo el tiempo sin tener que cargar mi gran Biblia. Todavía mantengo estas tarjetas al alcance de la mano y he vuelto a ellas una y otra vez. Incluso he ido agregando más dependiendo de lo que el Señor me está enseñando.

Su Palabra era lo que me ayudaba a llegar a Dios, un Dios que aún no podía ver, oír o sentir. Su Palabra era mi conexión directa con el Dios sobre el cual quería desesperadamente creer que era todo lo que él decía ser y más.

En su tiempo

Luego, encontré un nuevo médico: uno que no me ofreciera un hospital psiquiátrico como la opción más viable. Un médico maravillosamente atento que no consideró que mi vida fuera “aterradora” o incluso inusual. Me ayudó a encontrar la medicina y dosis correcta que necesitaba. Me dijo que yo era “normal”, lo cual fue muy refrescante. Me animó a confiar en ella, y así lo hice.

Con el tiempo, me di cuenta de que empezaba a sentirme más tranquila. Estaba disfrutando de mis hijos. El miedo y el pánico no eran tan frecuentes ni tan intensos. El Señor fue permitiendo que me enfocara en el Salvador más que la situación que estaba viviendo, ya que él cubría todas mis necesidades.

Las lágrimas ya no eran tan frecuentes. Podía reírme. Empecé a sentir esperanza. Él hizo todo bello en su tiempo, y yo le encargué la tarea de crear lo “bello” en mí durante esta temporada. Él lo  hizo y lo seguirá haciendo.  Porque  el comenzó una buena obra en mí, y no la  ha terminado (Filipenses 1:6). No estaré completamente terminada hasta que entre por las puertas del cielo, y esta vida en la tierra no es ciertamente el cielo.

Cuando estás a punto de derrumbarte

Esta es mi historia. Puede que también sea tu historia.

Si lo es, tal vez no sabes con quién hablar o cómo pedir ayuda. Sé que es absolutamente agotador fingir que estás “bien”. Sé que te sientes roto. Sé que estás asustado y débil  y que lo expresarías todo con palabras, pero no puedes.

No minimices o menosprecies tu dolor diciendo: “No es tan malo como parece” o “Dios no te dará más de lo que puedas soportar” (¡lo cual no es ni siquiera exacto desde el punto de vista bíblico!).

No te diré que “no pienses en eso y déjalo a Dios”. No te preguntaré si has orado por ello. O cualquier otra de esas cosas que la gente bienintencionada dice cuando no sabe qué decir.

Te diré que no estás solo.

Eres hermoso.

Eres amado.

Y, eres suficiente.

Vale la pena luchar por ti.

¨Tu protección me envuelve por completo;  me cubres con la palma de tu mano.¨ (Salmo 139:5).

Querido amigo, ¡ánimo! 

Lo que él hace, no se romperá.