Introducción

A medida que continuamos nuestra serie sobre cómo vivir un estilo de vida sin velo, hoy vamos a tomarnos un tiempo para ver cómo se rasgó el velo en la muerte de Jesús. Si bien no todas las cosas se restauran, hoy vamos a descubrir como la cercanía que faltaba entre la humanidad y Dios ha sido restaurada. Tú y yo somos el templo del Espíritu, su presencia está con nosotros. Que hoy puedas obtener un mayor conocimiento y experimentes más profundamente la cercanía de Dios mientras le buscas.

Pasaje Bíblico

“En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas”. Mateo 27:51

Adoración

Gracias Cristo | Hillsong Worship

Gracias Cristo – Hillsong Worship

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Devocional

Mateo 27:45-54 dice:

“Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó en oscuridad. Como a las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”). Cuando lo oyeron, algunos de los que estaban allí dijeron: ‘Está llamando a Elías’. Al instante uno de ellos corrió en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que bebiera. Los demás decían: ‘Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo’.  Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: ‘¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!’”.

Con la muerte de Jesús, Dios convirtió lo que fue la tragedia más grande del mundo en nuestro mayor triunfo. Con cada chasquido del látigo, los lazos que nos enredaban a ti y a mí con el pecado y la oscuridad de este mundo, se soltaron cada vez más. Con el último aliento de Jesús, la tierra tembló y las rocas se quebraron bajo la magnitud del poder del sacrificio de Cristo. Solo Dios pudo tomar la mayor injusticia y convertirla en el mayor bien del mundo. Solo Dios pudo tomar la muerte y producir vida abundante para todos.

De todo lo que ocurrió después del último aliento de Jesús, nada fue más importante que el hecho de que Dios rasgara el velo del templo. El velo que significaba la separación necesaria entre Dios y el hombre se rasgó en dos, de arriba abajo, desde Dios hasta nosotros. El gran abismo sobre el que ningún hombre podía cruzar ahora estaba cubierto por un puente creado por la ira de Dios derramada sobre Jesús. El velo rasgado representa el propósito mismo de la muerte de Jesús: que Dios ahora puede restablecer la comunión con su pueblo. No importa cuántos o cuán horrendos sean nuestros pecados, la muerte de Jesús ganó la victoria sobre todo.

Al igual que los santos que se habían quedado dormidos se levantaron con la muerte de Jesús, tú y yo hemos sido elevados a una nueva vida. Estamos acogidos en la gloria de la vida, la muerte y resurrección de Jesús. Dios hizo posible que volvamos a tener una relación cara a cara con él.

Si Dios pagó el precio de la muerte de Jesús para restablecer la relación con nosotros y para poder encontrarnos cara a cara, esa debe ser la mejor manera de vivir, sin ninguna duda. Si Dios considera que una relación restaurada contigo vale la muerte de su único e irreprensible Hijo, es porque la comunión contigo tiene el valor más alto para él.

Tal vez el concepto de tener encuentros reales y tangibles con tu Padre celestial sea nuevo para ti. Tal vez lo sientas distante. Tal vez entres y salgas de su presencia día a día. Dondequiera que estés en relación con Dios, debes saber que ya nada puede separarte de él. La muerte de Jesús fue más poderosa que cualquier pecado, mentira o creencia. Su muerte pagó la totalidad de tu deuda. No hay nada que pagar. Busca en oración una revelación de lo que puede ser encontrarte con tu Padre celestial sin nada que los separe. Que el Espíritu Santo te guíe a un estilo de vida de encuentros continuos, cara a cara, con el Dios vivo.

Guía de Oración

1. Medita en el abismo que te separó de Dios como resultado del pecado. Reflexionar sobre tu estado antes de la salvación te dará un mayor aprecio por lo que Jesús ha hecho por ti.

“Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron”. Romanos 5:12

“La mano del Señor no es corta para salvar, ni es sordo su oído para oír. Son las iniquidades de ustedes las que los separan de su Dios. Son estos pecados los que lo llevan a ocultar su rostro para no escuchar”. Isaías 59:1-2

2. Ahora medita en el poder del sacrificio de Jesús. Con su muerte en la cruz, Jesús te llevó a través del gran abismo que te separaba de tu Padre celestial.

“Entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno”. Hebreos 9:12

“En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas”. Mateo 27:51

3. Adora a Jesús por la vida nueva disponible para ti a través de él. Dale las gracias y alábalo por su amor. Permite que tus sentimientos hacia él se aviven por la verdad de la Biblia.

“Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor”. Romanos 8:38-39

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Juan 3:16

“El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan”. 2 Pedro 3:9

Lectura Complementaria

Nunca dudes de la gracia de tu Padre celestial hacia ti. Jesús ha pagado el precio por cada pecado que cometerás. Él llevó el peso de todos nuestros pecados en la cruz. Dios derramó la totalidad de su ira por nuestro pecado en Jesús. Todo lo que te queda por hacer es vivir la vida abundante a la que has sido llamado. Disfruta de Dios y glorifícalo en respuesta a su gran amor. Que seas un hijo de Dios ganado por la bondad de tu Padre que está en los cielos.

Lectura Complementaria: Mateo 27 o ve el video de el Proyecto La Biblia en Mateo 14-28.