Desde siempre he tenido la tendencia a querer controlarlo todo. Si las cosas no se hacen como a mi me gusta, es muy probable que estén mal (al menos en mi mente).

Cuando aún estaba soltera, tenía mi vida completamente planificada. Me casaría antes de los 25 años, sería una exitosa jueza, tendría 4 hijos y una casa grande con una gran piscina. Lo que no sabía era que Dios tenía un plan completamente distinto para mí. Cuando comencé a descubrirlo sentí que caminaba sobre arena movediza. No tenía claridad de lo que había adelante. Todo era nuevo. Salí de mi país, dejé mi familia, mi trabajo, mis amigos, mis sueños y llegué a un lugar completamente desconocido. Sabía que Dios estaba conmigo, pero no lograba depositar mi confianza en él ni menos descansar en sus promesas porque todo estaba fuera de control. Yo había perdido el control y creo que eso fue lo más difícil en toda esta transición.

Hace un par de semanas comenzamos a estudiar la historia de José en los sermones de cada domingo en mi iglesia. José no es un personaje desconocido para mi. He escuchado de su vida desde que era una niña. Estaba tan familiarizada con su historia, que todo lo que él vivió había dejado de sorprenderme. Hasta ahora.

Mientras escuchaba al pastor relatando cómo José había sufrido y que aún, actuando bien las cosas no salían como él deseaba, entendí que en realidad no tenemos el control de nada. Todos estos años he lidiado con la angustia e incertidumbre acerca del futuro. He dejado de disfrutar momentos hermosos porque me preocupo por lo que aún no pasa. Y esto se ha acentuado aún más en los últimos meses debido a la pandemia que nos afecta. Es un círculo vicioso que se alimenta de la preocupación y el  deseo de tener todo bajo control. Cuanto más me inquieto frente a una situación difícil, la angustia se apodera de mí y mi mente comienza a divagar y buscar respuestas. 

Tengo que confesar que no ha sido fácil. Mi naturaleza me lleva a la desesperación frente a lo desconocido, pero es en esos momentos cuando las Escrituras cobran vida y me traen de vuelta a Dios. He tenido que traer mis pensamientos cautivos al Señor y a aprender a depender de él. Ha sido también un tiempo en el cual he tenido que aferrarme a Dios y aprender a descansar en Él, a soltar el control o, más bien, a entender que nunca lo he tenido. 

El Espíritu Santo ha traído a mi mente porciones de la Biblia que me han sostenido y trae paz a mi alma. Uno de ellos es el Salmo 121. En este pasaje el autor está angustiado, no obstante, el mismo reconoce que solo en Dios encontramos refugio.

¨Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová¨. Más adelante afirma: ¨Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma.¨

En los periodos de más incertidumbre en mi vida, cuando nada parece estar claro, Dios me recuerda que no depende de lo que haga o deje de hacer. Que yo no tengo el control de nada, que es Él el que me sostiene. 

En el libro de Jeremías encontramos esta promesa: Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11

Cuando pienso en los planes que yo tenía, y veo lo que Dios ha hecho en mi vida, no puedo negar que lo suyo es mejor de todas maneras. No ha sido fácil. Como tampoco lo fue para José. Lo alejaron de su familia, fue vendido como esclavo, estuvo en la cárcel acusado injustamente, pero aun en esos momentos el Señor estuvo con él.

Ese mismo Dios que estuvo con José y que ha estado conmigo, está a tu lado, contigo, en medio de tus circunstancias. 

Entregar el control de tu vida a Dios es la decisión más inteligente que puedes tomar. No hay nadie que tenga un plan mejor para ti que el Señor. Eso no quiere decir que no habrán momentos difíciles (recuerda a José), lo que sí puedo asegurarte es que aún en medio de las dificultades Dios está contigo. No estás solo.

Descansa en Dios y en el poder de su fuerza.