Todo creyente posee una doble ciudadanía. Por un lado, somos ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20). Esta es una condición eterna y garantizada, en la misma presencia de Cristo, el Señor de señores. Por otro lado, tenemos una temporal acá en la tierra. Incluso, tan corta es nuestra estadía, que somos llamados extranjeros y peregrinos, personas que no pertenecen a este mundo pero están de paso por él.

La expectativa de Dios es que nos comportemos en la tierra como ciudadanos del cielo. Es decir, nuestro paso por esta tierra debe reflejar nuestra verdadera identidad.

En el Nuevo Testamento encontramos una carta maravillosa a creyentes que se encontraban bajo situaciones muy complicadas. De forma muy cariñosa y directa, Pedro escribe a cristianos dispersos, expulsados de sus tierras para recordarles la esperanza en Cristo en medio de las pruebas. Les recuerda que no deben ser tomados por sorpresa, como si los padecimientos fueran una cosa que jamás los tocará; más bien, deben estar preparados, armados de la mentalidad correcta. El llamado a vivir en obediencia, a seguir en santidad, a ser fieles a su Señor.

Aquellos hombres y mujeres se enfrentaban a un mundo hostil. Atravesaban aflicción (1 Pedro 1:6) y hostilidad (1 Pedro 2:12). Sufrían maltratos (2:20) por el simple hecho de ser creyentes.

Al parecer se encuentran en medio del caos. Probablemente, los conflictivos habitantes de estas regiones arremetían también contra las autoridades romanas que los gobernaban. Al parecer era la actitud común. 

Es allí donde Pedro les recuerda su llamado a hacer el bien, a mantener una conducta recta, a guardar el orden social:

“Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida. Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación. Sométanse por causa del Señor a toda autoridad humana, ya sea al rey como suprema autoridad, o a los gobernadores que él envía para castigar a los que hacen el mal y reconocer a los que hacen el bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que, practicando el bien, hagan callar la ignorancia de los insensatos. Eso es actuar como personas libres que no se valen de su libertad para disimular la maldad, sino que viven como siervos de Dios.” (1 Pedro 2:11-16)

Aquellos creyentes debían tratar a todos de forma respetuosa, sin excusa: “Den a todos el debido respeto: amen a los hermanos, teman a Dios, respeten al rey.” (1 Pedro 2:17)

La actitud hacia el Emperador, hacia los gobernantes, hacia todo ciudadano es el respeto. Si bien es cierto que en medio de esta hostilidad algunos no lo merecían, la causa no es cuan buenas son las personas. La razón es el Señor (v.13). Porque esto es lo que Cristo haría, es lo que nosotros debemos hacer. Porque esto es lo que refleja su carácter, es lo que nosotros debemos hacer. Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, actuamos de forma espiritual y no carnal (v.11).

Pidamos al Señor que nos ayude a reflejar su carácter en medio del caos político y social que viven nuestras comunidades. A pesar del entorno hostil, que nuestra conducta se mantenga recta, santa. Oremos para que nuestra actitud respetuosa a los demás nos abra puertas para presentarles a aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.