Santiago nos otorga una clase magistral acerca de la lengua en el capítulo 3 de su carta. Utilizando metáforas como la del freno de un caballo o el timón de una nave, entendemos el poder que tienen nuestras palabras.

Particularmente, nuestras palabras, tanto escritas como habladas, reflejan lo que realmente hay dentro de nuestro corazón. Jesús explicó que el problema del ser humano está en su ser interior, de donde procede la contaminación. De allí que tanto decir como solo pensar debe ser algo que podamos dominar.

Las palabras fuera de control, dice Santiago, son como un incendio destructor. Aunque comenzó con una pequeña chispita, arrasa con todo lo que se le pone al frente. Causa un daño irreversible.

Esta expresión verbal es un amplificador del corazón. Hoy adicionalmente contamos con herramientas poderosas, aplicaciones que nos permiten una expresión social que también son un amplificador de nuestro ser interior.

Para muchos, las redes sociales son un rincón de desahogo. Expresan con toda libertad cada idea que cruza por su mente. Arremeten contra personajes públicos, critican decisiones de los gobiernos, se quejan, insultan, se burlan, reflejan lo que realmente hay en el corazón. Cual incendio, destruyen la oportunidad de testificar acerca de las buenas noticias para el ser humano por medio de Cristo.

Vale aclarar que esta conversación no gira alrededor de las acciones de los demás, es decir, si tal o cual personaje merece o no los comentarios en su contra en redes sociales. Tampoco se trata de enviar felicitaciones a ciegas. Sencillamente, no se trata de los demás, sino de nuestro corazón. 

Es totalmente ilógico y nada espiritual publicar en un momento una imagen con versos bíblicos y en otro, insultos a figuras públicas. Constituye una total falta de integridad, es decir, de coherencia entre lo que decimos que creemos y lo que realmente hacemos. Así lo afirma Santiago, “De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.” (3:10, NVI)

Cuidemos nuestros comentarios en las redes. Filtremos nuestras publicaciones, pero primero filtremos nuestro corazón. Eliminemos la amargura. “¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada?” (v.11, NVI)

Así como somos muy cautelosos con cualquier pequeña llama en casa, cuidemos nuestro vocabulario en familia. ¡No incendies tu hogar!

Tomemos un momento para orar por nuestro propio corazón. Oremos también por todos aquellos que se encuentran en las esferas públicas, políticas, gubernamentales. Pidamos que conozcan la verdad del Evangelio y gobiernen con la sabiduría y el temor de Dios.