Cuando estaba embarazada de mi primer bebé, una niña, pasaron  once días más de la fecha prevista de parto, e incluso entonces, ella sólo salió de mi cuerpo gracias a la ayuda de un goteo intravenoso de Pitocin. Me encantaba estar embarazada y estaba muy nerviosa por todo lo que implicaba la maternidad, así que al principio no me importaba la espera extra.

Sin embargo, cuando ya habían pasado seis días desde la fecha estimada para el parto, estaba casi escalando las paredes, impulsando a este bebé a salir. Cada minuto parecía una hora; cada hora, un día.

Cada día que me acercaba al parto también me acercaba al comienzo del Adviento, que comenzaría trece días después de la fecha prevista para el parto. El Adviento es la temporada de la iglesia que precede a la Navidad, un tiempo marcado por la espera y la preparación para la llegada de Dios, encarnado en la forma de un bebé humano.

Esperar la llegada de mi hija se sentía como un Adviento personal: Sabía que mi vida estaba a punto de dividirse para siempre en “antes” y “después”, pero no sabía cuándo terminaría el antes o cómo sería el después. No podía imaginar cómo sería la transición, excepto que sabía que estaría saturada de agonía y expectativas a un nivel que no había experimentado antes.

Esto es lo que encuentro más desconcertante del Adviento: el período de espera termina finalmente en una gran alegría, pero no podemos llegar a esa gran alegría sin un dolor intenso, activo e insoportable. En el Adviento sentimos la mezcla de anticipación y ansiedad, excitación y decepción, alegría y dolor, esperanza y miedo.

En este lado de la historia, tenemos el privilegio de esperar con gran esperanza, gran alegría y gran expectativa. Sabemos que Jesús nacerá, sabemos que nos salvará y nos redimirá, sabemos que morirá y resucitará, y sabemos que un día arreglará todas las cosas.

Pero antes de que Cristo viniera, el Adviento fue oscuro. Era solitario y desconocido, mientras los israelitas esperaban con fe para escuchar a Dios, y todo lo que obtuvieron fue… nada. El silencio.

¿Acaso no es esto más típico de la espera que solemos hacer?. Las temporadas de espera de nuestras vidas están menos marcadas por la alegría y la esperanza y más a menudo por el dolor y el miedo. No suelen ser acogedoras o reconfortantes, pero sí difíciles y oscuras e incluso agotadoras.

Esperamos como una madre embarazada espera el nacimiento de su hijo – hay una visión de la alegría que vendrá, por supuesto, pero en la agonía de los desgarradores dolores de parto, pensamos que en realidad podríamos morir antes de ver esa alegría cumplida. Después de una larga temporada de embarazo, cuando ha llegado la plenitud de los tiempos, el advenimiento del trabajo de parto nos lleva al verdadero período de espera, que es activo, doloroso y crudo. He estado pensando mucho en esta frase, la plenitud del tiempo.

Esto lo encontramos en Gálatas 4:4-5:

Pero cuando vino la plenitud[a] del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,  a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos“.

La plenitud del tiempo me hace pensar en un vientre perfectamente redondo, listo para estallar. Esa madre está deseando un dulce alivio, una nueva vida. A menudo trato de adelantarme en mi propia espera, para acabar la misma en la mitad de tiempo, o en las tres cuartas partes de tiempo, porque esa última espera… es la más dolorosa de todas. Hemos sido estirados todo lo que podemos ser estirados. Hemos sido obligados a aguantar todo lo que podemos aguantar. Y luego nos llaman a esperar un poco más.

El Adviento es ese espacio sagrado: la expectativa que viene en el espacio entre los dolores, tomar aliento y preparar nuestros cuerpos, corazones y mentes para lo que sigue. Es sagrado y silencioso, dulcemente reconfortante. Nos impulsa hacia adelante en el tiempo, hacia el evento principal, hacia la completa sanidad, pero en la plenitud del tiempo. No por nuestros propios relojes o calendarios sino por la mano divina del Señor.

En este Adviento, nos encontramos en una temporada especialmente agonizante de espera: la necesidad de un alivio para el COVID, para que se restablezca la sensación de normalidad, para el toque de un ser querido.

Mientras nos unimos a la creación en la espera de la venida de Dios, recordemos que para que nuestro cansado mundo se alegre plenamente, tenemos que sumergirnos en la tristeza. Para apreciar la llegada de la luz, tenemos que soportar la oscuridad.

Miremos hacia el nacimiento de Jesús con mucha expectativa, con una gran esperanza y con una nueva comprensión de la plenitud del tiempo de Dios.

Que tengamos espacio para el dolor colectivo e individual que nuestro mundo está soportando mientras esperamos otro advenimiento, otra venida de Cristo.

Bifrost Arts Music lo expresa de esta manera:

“En el parto toda la creación gime hasta que el miedo y el odio terminan,

Hasta que los corazones humanos lleguen a creer: sólo en Cristo está la paz”.

Esto es lo que estamos esperando: calma y paz después del dolor. Estamos esperando que el miedo, la división y el sufrimiento pasen  y den lugar a la unidad, la sanidad y la plenitud.

Esperemos bien y con gran expectativa esta temporada de Adviento.