El miedo es un sentimiento legítimo. Puede ser que exista un peligro y un riesgo reales, o que estemos ante una situación que nos recuerde un momento en que estuvimos en peligro o que alguien a quien amamos está en peligro. El miedo es una parte importante de nuestra experiencia humana. Si hay un intruso en tu puerta, vas a luchar contra él o te vas a esconder para mantenerte a ti y a tu familia a salvo. Cuando hay un virus propagándose, te vas a proteger  de la forma en que puedas intentando encontrar seguridad.

En el mundo cristiano a veces vemos el miedo como algo malo, aunque el miedo tiene un papel importante a la hora de mantenernos a salvo. Pero a veces el miedo trata de tomar un lugar permanente en nosotros. Puede hacer que nos anticipemos al peligro, dudando interminablemente de las posibilidades. Puede hacer que nos fijemos en nuestro dolor pasado, que lo analicemos en exceso, y en última instancia, que nos impida avanzar. Puede hacer que juzguemos a los demás por sus decisiones cuando no estamos de acuerdo con ellos. Cuando el miedo se mueve en este sentido se convierte en ansiedad. Puede instalarse en nuestro sistema nervioso como un invasor, y en este proceso puede comenzar a reconfigurar tu cerebro para esperar el peligro a la vuelta de cada esquina. Cuando vivimos con este tipo de ansiedad es difícil tomar decisiones meditadas y racionales.

Nos han pasado tantas cosas colectivamente durante el COVID. Es como un trauma colectivo que nos ha dejado a todos temblando. El trauma es una experiencia que sobrecarga la capacidad de respuesta de tu sistema. Típicamente es una experiencia muy dolorosa e inesperada. En este momento, estas experiencias pueden presentarse de muchas formas, como una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, la pérdida de un trabajo, la pérdida de la vida social, la pérdida de acceso a lo que te trae alegría, la pérdida de apoyo para el cuidado de los niños y la educación. El trauma es un duro golpe para tu organismo. No podemos negar eso. Y ahora más que nunca, todos hemos visto lo vulnerables que somos. 

A medida que el mundo se abre de nuevo, estamos en un punto crucial. Nos enfrentamos a una decisión sobre si dar un paso atrás o no… “volver a subir al caballo”, como dicen. Al hacerlo, podemos permitir que nuestros cerebros permanezcan en un estado de hiper-vigilancia, o podemos encontrar alguna manera de dejar ir lo que no podemos controlar, y en su lugar avanzar en paz y sabiduría. La ansiedad nos dice que tengamos miedo y que reaccionemos, mientras que la sabiduría nos dice que hagamos una pausa y luego actuemos. No podemos controlar cada virus o bacteria, el comportamiento de los demás, quién abre o se mantiene cerrado, quien se enferma, quien muere. No podemos controlar nuestra economía, cuántos clientes deciden volver a nuestros negocios, si los miembros de nuestra familia salen con miedo o en paz. No podemos controlar las decisiones de nuestros hijos de respetarnos como su nuevo maestro, si vuelven o no pronto a la escuela, si esas vacaciones planeadas llegan a ocurrir. Al tratar de controlar todas estas variables, estamos intentando encontrar algún punto de estabilidad en una época de la vida que da mucho miedo. Estamos intranquilos e indefensos.

En respuesta a esto, es natural que queramos recuperar la sensación de control sobre nuestras vidas: Queremos información y datos reales (leer las noticias), queremos que se alineen con nosotros (convencer a otros de hacer lo que estamos haciendo), queremos estar sanos (desinfectando todo y  aislados). Sin embargo, hay una fina línea entre vivir con miedo y responder con sabiduría. La única forma de avanzar con sabiduría es recordar lo que es más importante – lo eterno. San Agustín dijo una vez que nuestras almas continuarán inquietas hasta que encuentren descanso en algo eterno. Cuando todo alrededor está hundiéndose en la arena, necesitamos aferrarnos a algo firme. Aunque no podamos controlar nuestras circunstancias actuales, podemos controlar nuestra respuesta. 

Aquí hay algunas cosas para reflexionar en su búsqueda de sabiduría en esta temporada:

  • Define como tu ansiedad y miedo te llevan a tratar querer controlarlo todo. 
  • Intenta dejar ir esas ansiedades. De nuevo, en palabras de Agustín, “”Tú mueves al hombre para que se complazca en alabarte, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. 
  • Define lo que está sí bajo tu control. 
  • Luego, haz una pausa y desde ese lugar de paz, responde al mundo que te rodea.

En Cristo, la roca firme, me pongo de pie;

Todo lo demás es arena que se hunde,

Todo lo demás es arena que se hunde.